La Revolución Rusa
Al mismo tiempo que Europa peleaba en la Gran Guerra, las luchas nacionalistas y los movimientos sociales generaron transformaciones en el mapa del mundo. En el Imperio otomano los armenios comenzaron a luchar por su independencia. Desde 1894 existían enfrentamientos entre grupos de musulmanes turcos y kurdos que atacaban a la minoría de cristianos armenios y asirios.

En 1908, el movimiento Jóvenes Turcos aceptó las propuestas de los armenios para proteger sus creencias y derechos en una nueva constitución política que se redactaría cuando se formara la República turca. Sin embargo, más de un millón de armenios emigraron a Rusia, los Balcanes, Francia, Canadá y Estados Unidos, huyendo de la masacre donde murieron más de millón y medio de armenios, en lo que se conoce como el primer genocidio del siglo XX.

Estados Unidos protestó, Rusia asiló a muchos armenios e integró la Armenia rusa a lo que sería la Unión Soviética, pero Armenia desapareció como pueblo. Mientras algunos países se restablecían de la guerra, otros apenas comenzaban su lucha.
Los antecedentes
El káiser alemán Guillermo II hablaba así sobre su primo, el zar de Rusia: “Nicolás II es un buen gobernante y padre de familia dedicado, pero no es lo suficiente listo, ni lo suficientemente cruel». El zar de Rusia encabezaba un régimen absolutista en el cual él nombraba y deponía a los ministros, y decidía las políticas sociales y económicas en su imperio. Como sucedía en otras cortes europeas, Nicolás II pasaba más tiempo en el campo y con los artistas que atendiendo los urgentes asuntos de Estado. Le preocupaba más la enfermedad de su hijo que las tensiones existentes entre los obreros y las revueltas campesinas. Apenas tenía conocimiento de las ideas de ciertos grupos socialistas y de varios intelectuales que promovían cambios de fondo para los rusos.
Además, las dimensiones de su imperio hacían más difíciles las labores de gobierno, de por sí descuidadas. Al mismo tiempo, el sistema zarista era, en suma, represivo. La clase militar y los aristócratas frecuentemente agredían al pueblo con pleno consentimiento del zar. Los obreros y campesinos eran explotados y marginados, ganaban poco y vivían en pésimas condiciones.

La crisis del imperio
Cansados de su situación, en 1905 los obreros marcharon hacia el palacio del zar para exigirle mejorar sus condiciones laborales y de vida. Los hombres y mujeres, desarrapados y hambrientos, no sólo no fueron recibidos por Nicolás II, sino que sus cosacos los agredieron matando a muchos en el denominado “Domingo sangriento”.
La represión obrera fue la mecha que encendió el descontento; a ella se sumaron otros acontecimientos, como la inserción de Rusia a la Primera Guerra Mundial, el pago de altos impuestos y la escasa representación en las decisiones de gobierno. En este ambiente, las ideas socialistas fueron inquietando a los obreros.
Los socialistas, inspirados en las ideas de Marx y Engels, proponían el establecimiento de una sociedad igualitaria en cuanto a la propiedad de los medios de producción. Ello significaba que sería el Estado quien los manejara en beneficio del pueblo.

Al descontento popular el zar respondió con la promulgación del Manifiesto de octubre, en el cual proponía una mayor representación del pueblo en la Duma (asamblea representativa en Rusia). Sin embargo, los socialistas no estuvieron conformes, pues con ello no se satisfacían otras demandas, como el sufragio universal y las reformas laborales en las fábricas y el campo.
Ante la ineficiencia de la Duma, el Estado zarista creó una fuerza represiva que cometía actos violentos para responsabilizar a los socialistas y justificar su encarcelamiento. Ello, y el ingreso de Rusia a la Guerra Mundial, agravaron la situación a tal grado que el zar no tuvo más remedio que abdicar en 1917. El imperio estaba en crisis y el caos había estallado.
Los miembros del Partido Demócrata Constitucional (KD), o kadetes, tomaron el poder de manera provisional. Su gobierno no duró, pues al mostrar su interés por restablecer el zarismo fueron destituidos.
La guerra civil y la victoria socialista
Dos grupos comenzaron a disputarse el poder y llevaron a los rusos a la guerra civil. Tanto los mencheviques, dirigidos por Julius Tsederbaum, como los bolcheviques, liderados por Vladimir Ilich Ulianov (que se hacía llamar Lenin) eran socialistas.
Para los bolcheviques la revolución marcaba el renacimiento de Rusia y el inicio de un movimiento proletario mundial. Su objetivo era terminar con el sistema capitalista que tantos males había traído.

Deseaban un reparto de tierras rápido y justo, la resolución de las demandas de los campesinos y de los obreros; decían que era necesario acabar de raíz, no sólo con viejas estructuras del régimen zarista, sino con personas que podrían querer retomar el poder, sobre todo el mismo zar y su familia. Si era necesario el uso de la fuerza, debía emplearse.
En cambio, los mencheviques deseaban cambios paulatinos. Pensaban analizar a fondo las reformas y llevarlas a cabo paso a paso. Finalmente, en octubre de 1917 los bolcheviques tomaron el poder. Lenin, apoyado por un grupo de intelectuales como Lev Kámenev y José Stalin, había prometido “tierra, pan y paz”. Para lograrlo se dictaron una serie de medidas que perjudicaron a varios grupos, como los terratenientes y la Iglesia, quienes al intentar revelarse contra la nueva ideología comunista fueron encarcelados, asesinados o “convencidos” por el grupo armado de los bolcheviques, el ejército rojo.
La mayoría de los intelectuales sabía de qué se trataba el marxismo, pero no así los obreros y campesinos que, aunque veían con buenos ojos un cambio, no comprendían las reformas de fondo propuestas por los bolcheviques. Como recordarás, la doctrina marxista proponía la colectivización de los medios de producción, la repartición de los bienes de consumo según las necesidades del pueblo y la supresión de las clases sociales.
Entre 1918 y 1920, la guerra civil cobró numerosas muertes, dejó heridos, encarceló opositores y se impuso por la fuerza, trayendo nuevas disposiciones e ideología.
La organización de la Unión Soviética
Tras varios años de lucha, Rusia estaba en bancarrota, había demasiados presos, los campesinos se negaban a producir las cuotas de grano que les exigía el gobierno comunista y los marineros y otros militares decían que éste era tan represor y tenía tantos burócratas como el régimen del zar.
Lenin y sus seguidores deseaban otorgar más libertad y establecer el socialismo en Rusia, pero antes necesitaban más tiempo para obtener resultados duraderos y menos conflictos entre los miembros del partido. En 1922, Lenin sufrió una enfermedad que le imposibilitó seguir al frente del partido, así que Stalin se hizo cargo del gobierno.
Desde ese año Rusia se organizó como una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cada una con su propio gobierno y partido, pero dependientes de la autoridad de Moscú, la capital. Para ser elegido como parte de cada soviet, era necesario ser miembro del Partido Comunista.
Lenin murió en 1924, y desde 1929 José Stalin se dedicó a reorganizar drásticamente al país, como se aprecia en la siguiente figura:

Gobiernos totalitarios
Tras el derrocamiento del zarismo y el triunfo de los bolcheviques, el comunismo quedó asociado a la URSS en la imaginación pública. Aunque éste no era el único tipo de comunismo en el mundo, fue el más expuesto y engendró una gran oposición a nivel mundial. Hablar de anticomunismo era hacerlo de oposición a la URSS y lo que ella representaba.
El anticomunismo se desarrolló como respuesta a la creciente popularidad del movimiento comunista para lograr un cambio en la situación de la clase trabajadora o proletaria: obreros y campesinos, fruto estructural del capitalismo. En varios países del continente europeo se fundaron partidos comunistas y se dieron revueltas enarboladas con esa ideología; Alemania e Italia no fueron la excepción, por ello algunos historiadores como E. Hobsbawn y E. Carr explican que los gobiernos de Hitler y Mussolini tuvieron un fuerte carácter anticomunista. Sin embargo, otros como el economista F. Hayek explican que los gobiernos totalitarios como el de Hitler, Mussolini, Franco y Stalin tienen sus raíces en el pensamiento opositor al liberalismo, desarrollado a raíz de la Primera Guerra Mundial y la crisis económica de 1929.
Generalidades

No sólo el anticomunismo caracterizó a los gobiernos totalitarios. Estos también se distinguieron por la concentración del poder en un líder y su círculo de ministros de Estado, por el uso de los militares y cuerpos policiacos secretos entrenados para espiar, denunciar o presionar a los opositores, aún mediante la tortura, y por el uso de propaganda y el manejo de las masas.
Para exaltar su ideología se valieron de la publicidad mediante escritos, desfiles militares y obreros, películas, reformas al sistema educativo, la letra y música de himnos y tonadas que exaltaba la ideología de estos grupos.
Las ideas de algunos filósofos y pensadores para “recrear” o dar forma a la ideología los sustentaron. Crearon símbolos que remitían a ideas de superioridad respecto a su raza, su cultura, su ideología, su visión del mundo y el papel que ellos se adjudicaban en el concierto de las naciones.
Sus diferencias primarias con los gobiernos democráticos son las siguientes:

El fascismo, el nazismo o nacional-socialismo, el falangismo y el estalinismo son ejemplos de totalitarismo.
Italia y el fascismo
Algunos historiadores consideran que el evolucionismo de Darwin, las ideas de superioridad racial y la teoría del superhombre de Nietzsche son antecedentes de estos movimientos.
El término fascismo fue utilizado por vez primera por Benito Mussolini en 1919. Añorando la gloria de la Roma imperial, Mussolini aludía al símbolo romano del poder: los fasces, que representaban la unidad y la autoridad para castigar a los delincuentes. Mussolini había sido miembro del partido socialista italiano, director de un periódico y combatiente en la Primera Guerra Mundial, donde fue herido. Al finalizar la guerra fundó el Partido Nacional Fascista, que pretendía recuperar la gloria para Italia.
El fascismo pretendía un nacionalismo exagerado, pero muchos italianos lo aceptaron, en menor o mayor grado, como un medio para contener el comunismo. El mismo Musolini definía así el fascismo en 1932:
El fascismo, como toda concepción política sólida, es acción y es pensamiento […] El hombre del fascismo es un individuo que encarna en sí la nación y la patria, sometido a una ley moral que ata a los individuos y a generaciones […] en la esfera del deber, para instaurar una vida superior […] por medio de la abnegación, del sacrificio de sus intereses particulares, de la muerte misma.
Los jóvenes milicianos fascistas eran educados en las ideas de superioridad racial, el predominio del más fuerte sobre el más débil y el odio acérrimo a las ideas comunistas. Se les decía que habían nacido para rescatar la grandeza romana y que eran super hombres. La educación militarizada era rígida y exigía ciertos rasgos físicos, como estatura y corpulencia, que se consideraban una característica de raza superior.
A uno de estos grupos se le conocía como los camisas negras. Eran causantes de disturbios callejeros, agresivos, presionaban a muchos para afiliarse al partido. Otro grupo, los squadristi, rompía huelgas y perseguía socialistas y comunistas.
En 1922, frente a los rumores de un golpe de Estado, el rey Víctor Manuel solicitó el apoyo de Mussolini. Los camisas negras iniciaron la marcha sobre Roma para exigir la renuncia del Primer Ministro Luigi Facta y la instauración de un régimen fascista. El parlamento también renunció y Mussolini fue nombrado primer ministro. Aunque se conservó la monarquía, Mussolini transformó el régimen en una dictadura unipartidista y totalitaria. Muchos le empezaron a decir “el duce”, es decir, el jefe.
Durante su mandato, Mussolini convirtió al Estado en el promotor de la economía y en el mayor poseedor de los medios de producción. Los obreros se organizaron en corporaciones dirigidas por el gobierno, que decidía las condiciones de trabajo, los ritmos de producción, horarios, precios y salarios. Se firmaron acuerdos con la iglesia católica que dieron al régimen prestigio internacional y se vivió un periodo de relativa paz italiana. La depresión económica mundial de 1929 también alcanzó al régimen fascista, que ya había obtenido su mayor logro: la euforia psicológica, la convicción de que Italia estaba experimentando una heroica resurrección nacional.
Ya afianzado en el poder, y con el fin de recuperar la grandeza romana, Mussolini comenzó sus planes de expansión fuera de las fronteras de la península itálica; su ideal era recobrar el poder sobre el Mare Nostrum (mar Mediterráneo); si lo lograba dominaría el comercio con el Cercano Oriente y el norte de África. En poco tiempo los fascistas sometieron Etiopía, Eritrea y Somalia y adiestraron a los africanos para defender los intereses del Duce. A pesar de los llamados de la Sociedad de las Naciones los italianos continuaron con su “misión”.
El nazismo en Alemania
El austriaco Adolfo Hitler, quien como Mussolini había peleado en la Primera Guerra Mundial, fue el líder más importantes del nazismo o nacional-socialismo en Alemania. Él, como la mayoría de los alemanes, resintió las duras condiciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles. Las ideas de superioridad de la raza germana, como a muchos de sus compatriotas, no le eran extrañas, así como tampoco lo era el deseo de revancha contra Francia y los comunistas, además del sentimiento de rechazo hacia los judíos, polacos y gitanos.
Para 1920, Hitler comandaba el Partido Obrero alemán. Junto con sus seguidores creó cuerpos armados y en los mítines proclamaba la tendencia racista y nacionalista de su partido; deseaba excluir a los judíos de cualquier participación en la vida del pueblo alemán. Inspirado en los camisas negras italianos, las tropas de asalto (SA), como se les llamó, destrozaban comercios de socialistas, demócratas o judíos, y creaban disturbios para que la sociedad pensara que era necesaria una mano dura para acabar con tanto lío.
Muchos excombatientes desempleados se afiliaron al partido y, al igual que en Italia, muchos jóvenes que habían perdido la esperanza en el régimen republicano o liberal se agruparon en torno a Hitler. Cuando se recrudeció la crisis económica, mucha gente que había rechazado el discurso de los nazis empezó a verlos como una opción. Los discursos de Hitler, sus gestos, su insistencia en la recuperación del espíritu alemán y la publicidad que desplegó, fue ganando más y más adeptos.
Desde 1923 varios partidos se aliaron al de Hitler e intentaron derrocar al gobierno republicano. En ese año, Hitler fue sentenciado a prisión. Durante su encierro se dedicó a escribir su libro Mi lucha, donde expresaba algunas de sus ideas políticas.

Hitler afirmaba que los germanos eran una raza pura o aria y decía que los jóvenes debían ser soldados y las mujeres madres; que el Estado debía cuidar que se mantuviera la pureza racial y eliminar de la sociedad a los débiles, los enfermos mentales y los que tuvieran defectos físicos. Además, planteaba el exterminio de quienes consideraba impuros, como los judíos, y proponía usar gas para lograrlo. Aunque Hitler no lo sabía, Lenin ya había utilizado esta arma contra los campesinos que se oponían a los bolcheviques.
Al salir de la cárcel, Hitler refundó el partido nazi, que había sido disuelto; apoyó la candidatura del mariscal Paul von Hindenburg, que en 1925 ganó la jefatura de gobierno, y creó su propio cuerpo de guardias, la SS. En 1928 se presentó como candidato a las elecciones; en 1931 más de millón y medio votó por él y para 1932 los nazis eran la segunda fuerza política en Alemania.
Finalmente, en 1933 el mariscal Hindenburg tuvo que ceder la cancillería a Hitler. En poco tiempo los nazis eliminaron del juego político a los opositores. Los persiguieron y para finales de ese año la forma de gobierno republicana en Alemania había desaparecido. Hitler se hizo llamar führer, que quiere decir “guía”, e instauró el totalitarismo. Todos los alemanes debían afiliarse al partido. Se creó la policía secreta o Gestapo, que persiguía a los opositores, quienes eran enviados a campos de concentración.
Finalmente, en la llamada “noche de los cuchillos largos”, los nazis asesinaron o hirieron a comunistas y socialistas radicales e incluso no radicales. Acabaron con el último intento de reinstauración de la república.

Los carteles de propaganda empleaban frases como:
“La juventud sirve al líder”.
Al igual que los fascistas, los nazis estaban convencidos de la necesidad de expandirse fuera de las fronteras alemanas. La política expansionista fue instrumentada por el mismo Hitler y sus colaboradores, Heinrich Himmler, comandante general de la Gestapo, y Joseph Goebbeles, quien tenía a su cargo la propaganda de la ideología nazi.
En principio pidieron a la Sociedad de Naciones la revisión de las condiciones del Tratado de Versalles y, al no obtenerla, comenzaron a firmar acuerdos secretos con otras naciones. Recuperaron Sarre y Renania, sin que Inglaterra o Francia intervinieran y durante 1938 se anexaron Austria, invadieron Checoslovaquia y Lituania. La maquinaria nazi estaba caminando.
Falangismo en España
A principios del siglo XX, España seguía resintiendo la pérdida de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. El descrédito de los militares, el crecimiento de la población, la lucha de las facciones políticas y la polarización de la sociedad eran notorios. Desde la época de la decadencia del imperio, España no había cambiado mucho.
En la cúspide de la pirámide social estaban el rey y la nobleza, el alto clero y los milita res de alto rango; después los comerciantes ricos y los dueños de la incipiente industria (algodoneros en Cataluña, metalúrgicos en el País Vasco, capitalistas financieros en Madrid y exportadores agrícolas en Valencia); unos pocos españoles eran burócratas, maestros y pequeños propietarios. La base de la pirámide estaba formada por campesinos, jornaleros, obreros sin protección laboral, sin seguridad y afectados por el alza de precios y la escasez de vivienda.
La introducción de ideas socialistas y comunistas generó una ola de huelgas y terrorismo en Andalucía y Cataluña. Grupos de anarquistas, socialistas y moderados exigían cambios en la política laboral y social, pero el gobierno español no escuchaba sus de mandas y seguía otorgando privilegios a la nobleza, los grandes comerciantes, el alto clero y los industriales, quienes también veían con recelo los movimientos sociales. Además, Cataluña estaba pidiendo personalidad política propia y había descontento por la presencia del ejército español en Marruecos.
Entre 1923 y 1930 prevalecía el desorden en el país. Los militares decidieron intervenir para poner orden y tomaron el poder mediante un golpe de Estado comandado por el general Primo de Rivera. Sin embargo, el descontento siguió creciendo y el descrédito de la monarquía aumentó. En 1931, tras una intensa lucha, la coalición republicana socialista proclamó la segunda república. El rey Alfonso XIII tuvo que exiliarse y Manuel Azaña fue electo presidente.
Desde 1931, una nueva corriente política, el falangismo, fue cobrando fuerza. A la larga pretendía la desaparición de los partidos políticos y la protección a la fuerte tradición católica española. Inspirada en el fascismo, pretendía gobernar por sobre otros poderes y luchar contra el comunismo.
Cinco partidos comenzaron a luchar por el poder: la Falange española, comandada por Francisco Primo de Rivera, de extrema derecha; el Partido Carlista, de derecha; el Partido radical, de centro; el Partido Socialista Obrero Español, de izquierda, y el Partido Comunista de España, de extrema izquierda.
Aunque en la Constitución liberal de 1931 se atendían las demandas de los obreros y se eliminaban los privilegios del clero y la nobleza. El partido Carlista, bajo el liderazgo de Alejandro Lerroux, ganó las elecciones en 1933. El nuevo gobierno dio marcha atrás a las reformas de los socialistas y republicanos provocando la sublevación de Asturias y Barcelona. La represión del movimiento incitó la alianza de los partidos de izquierda que se presentaron a las elecciones de 1936 como Frente Popular.
Tras obtener la victoria, el Frente Popular ocupó la presidencia y reivindicó las reformas de 1931. Las facciones no permitían implementar los planes de los republicanos; los socialistas exigían pronta solución a sus peticiones y la extrema derecha tenía a los militares de alto rango de su lado. Imperaba el desorden en el país y para julio de 1936 estalló la guerra civil.
España se desangraba y la ayuda de alemanes e italianos para la derecha y de los rusos para la izquierda sólo sirvió para recrudecer la contienda. El general Francisco Franco, posterior líder de la Falange, bombardeó las zonas de los republicanos; murieron por igual ancianos, niños y mujeres. En un ataque por demás brutal, los nazis bombardearon la ciudad de Guernica para favorecer la victoria de Franco.
En 1939, el gobierno republicano tuvo que rendirse y comenzó el gobierno de la Falange. Francisco Franco ascendió al poder e instauró un gobierno militar de carácter totalitario. La huida de republicanos y socialistas del país comenzó. Solamente Francia y América Latina recibieron a los refugiados españoles; en México, el gobierno de Lázaro Cárdenas les dio asilo y apoyó a muchos intelectuales expatriados por el régimen franquista.
Abordo del buque Mexique arribaron a México 500 niños españoles; fueron trasladados a Morelia y se instalaron en la escuela España-México, creada especialmente para ellos. Poco a poco llegaron más españoles, algunos eran intelectuales que crearon la Casa de España.
Conforme siguieron llegando inmigrantes, la Casa de España creció y se transformó en el hoy conocido Colegio de México. Nuestro país abrió sus puertas a esta comunidad y llegaron personas con distintos oficios y aportaron a México también.
Estalinismo en Rusia
Se denomina estalinismo al periodo en el que la fuerza política soviética se concentró en el liderazgo férreo de José Stalin. Al morir Lenin, tres hombres asumieron el liderazgo, se le llamó troika (trineo), refiriéndose a que tres caballos comandaban la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas; estos líderes eran Stalin, Lev Kemenev y Grigori Zinviev. Stalin se los fue quitando de encima y asumió el control del Partido Comunista y el del poder político. También se deshizo de León Trotsky, a quien mandó al exilio y en México fue asesinado.

Controló la economía del Estado a través de planes quinquenales, en los que se decía qué, cómo y cuánto producir. Siguiendo la teoría marxista, los medios de producción eran de todos, pero en realidad quien administraba era el Estado soviético. Para lograr las metas de producción, tanto obre ros como campesinos fueron explotados al máximo. A los opositores a las medidas de colectivización se les acusaba de burgueses, y al final si no se sometían enviados a cárceles en sitios inhóspitos.
Su régimen contaba con el Comité para la Seguridad del Estado (KGB por sus siglas en ruso), una policía secreta y aun entre familiares se denunciaban unos a otros; intelectuales opositores al estalinismo fueron silenciados o perseguidos. Eran comunes las llamadas “purgas” contra los que añoraban el sistema zarista, capitalista o querían libertades. En Siberia los exiliados padecían hambre, frío y enfermedades que los llevaban a morir o a quedar indefensos y sin contacto con el exterior.
A Stalin le gustaba que le llamaran “el padrecito”, pues se consideraba el gestor del Estado soviético y el líder de la revolución comunista. Estaba decidido a que su país diera el ejemplo de cómo este sistema cambiaría radicalmente a los rusos y serían líderes del mundo.
Su poder se prolongó por 26 años. Si bien dio frutos en la producción industrial, la sociedad vivió una época de terror, y no trajo todos los cambios esperados. Además fue reprimida la libertad de expresión; no se podía decidir qué hacer o cómo, sin estar siempre bajo la mira de los espías e informantes del régimen comunista.
Totalitarismo Japonés

Japón abasteció a la Triple Entente durante la Primera Guerra Mundial. A cambio, obtuvo nuevos territorios y grandes ganancias económicas que invirtió en el campo y en la industria de armamentos. Sin embargo, la explosión demográfica y el deseo de mantener el control sobre el Lejano Oriente lo llevaron a implantar una política expansionista bajo el liderazgo del emperador Hirohito, desde 1926. Estableció una rígida educación nacionalista, que inculcaba la entrega total a la nación y a su gobernante, censuraba cualquier idea contraria al régimen y condenaba el comunismo.
Aunque Japón ya poseía algunos territorios chinos como Manchuria, donde se controlaba el ferrocarril, el sistema bancario y el comercio, Hirohito envió tropas a Shangai, con el pretexto de que el comercio chino boicoteaba al japonés. En 1932, los habitantes de Manchuria se rebelaron y frente al nuevo ataque los japoneses fueron expulsados de la Liga de las Naciones, pero su política no cambió.
Las potencias occidentales sabían que era necesaria una intervención militar, pero estaban ocupadas en resolver los problemas generados por la crisis económica, así que los japoneses pudieron continuar su expansión, esta vez hacia la parte meridional de China y las islas del Pacífico.
Para 1940 sólo existía un partido político al que pertenecían, por supuesto, los miembros del parlamento y los generales leales al emperador. Detrás del totalitarismo japonés estaba la religión sintoísta, que predicaba la lealtad de los súbditos al emperador divinizado. Obedecerlo y dar la vida por él y por Japón era una misión sagrada. Entre las causas del expansionismo japonés destacan: la explosión demográfica, la necesidad de tierras, el exceso de mano de obra barata y la búsqueda de mercado para sus productos.
Fuente: Secretaría de Educación Pública. (2015). Historia Universal Contemporánea. Ciudad de México.
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