Ética y valores

Acciones morales que promueven el desarrollo individual y de la comunidad

Actitudes del ser humano ante los demás:

Altruismo, egoísmo e individualismo

El egoísmo y el altruismo son elementos presentes en el individuo y son contrarios entre sí. En tanto el egoísmo corresponde al cuidado del “Yo” (ego), el altruismo procura el bienestar del “Tú” (alter/otro). Podemos decir que son elementos contrarios, pero complementarios, pues la comunidad necesita que el individuo se ocupe de ambas partes; es decir, de sí mismo y de los
demás.

Hay grados en los que el egoísmo es sano, por ejemplo, lo es en la medida que las personas puedan satisfacer sus necesidades y contar con salud para brindar lo mejor a la comunidad, y grados en los que es dañino, en el caso de un sujeto que decida robar a otro para conseguir algún bien que desea. En otras palabras, el egoísmo sano busca preservarse para compartir el bien y el dañino busca acaparar todos los bienes para sí mismo.

Del mismo modo en que ocurre con el egoísmo, existe un altruismo sano y uno dañino. La forma sana del altruismo es buscar el respeto conjunto de las libertades de todos los individuos para que puedan desarrollarse y crecer conjuntamente. La
forma negativa del altruismo ocurre cuando una persona toma el lugar de víctima, donde sus necesidades y derechos son ignorados para respetar sólo los de los demás. Este último modo de altruismo se opone a la condición de libertad y fomenta una dinámica de abuso y de no respeto.

Como ves no es un problema fácil, no podemos simplificar el razonamiento a “el altruismo es bueno” y “el egoísmo es malo”; para decirlo con otras palabras, un acto altruista no es bueno por sí mismo. Tomemos el ejemplo de una madre que no permite hacer ningún esfuerzo a de su hijo y le soluciona absolutamente todas sus necesidades sin importar nada; de pronto esto empata con nuestra noción de “buena madre” lo cual es socialmente aceptado; por otro lado podríamos preguntar, ¿en qué medida este altruismo extremo hace bien al niño? ¿Cómo aprenderá el niño a crear juicios de valor? Amor y solidaridad El amor, entendido como el deseo de unión, es algo que experimentamos todos los seres humanos. La expresión ética de este amor es la solidaridad, que se muestra como cooperación o ayuda voluntaria a las necesidades de las demás personas.
Para experimentar este deseo de ayudar, debemos primero reconocernos como iguales, todos somos mujeres y hombres insertados en el mundo y gran parte de nuestras circunstancias no fueron decididas por nosotros.

Nuestras características físicas no dependen de nosotros, no es mérito ni fracaso nuestro ser más altos o más bajos, rubios o morenos, tener dos piernas que funcionan o contar con alguna discapacidad, es más, ni siquiera escogemos nuestro nombre.
Reconocernos como personas que pueden necesitar ayuda, nos empuja a sentir empatía por una persona en desgracia y desear acercarnos a ella para Cifras oficiales muestran que en el terremoto de México en ayudar.

Hay grados en los que el egoísmo es sano, por ejemplo, lo es en la medida que las personas puedan satisfacer sus necesidades y contar con salud para brindar lo mejor a la comunidad, y grados en los que es dañino, en el caso de un sujeto que decida robar a otro para conseguir algún bien que desea. En otras palabras, el egoísmo sano busca preservarse para compartir el bien y el dañino busca acaparar todos los bienes para sí mismo.

Del mismo modo en que ocurre con el egoísmo, existe un altruismo sano y uno dañino. La forma sana del altruismo es buscar el respeto conjunto de las libertades de todos los individuos para que puedan desarrollarse y crecer conjuntamente. La
forma negativa del altruismo ocurre cuando una persona toma el lugar de víctima, donde sus necesidades y derechos son ignorados para respetar sólo los de los de más. Este último modo de altruismo se opone a la condición de libertad y fomenta una dinámica de abuso y de no respeto.

Como ves no es un problema fácil, no podemos simplificar el razonamiento a “el altruismo es bueno” y “el egoísmo es malo”; para decirlo con otras palabras, un acto altruista no es bueno por sí mismo. Tomemos el ejemplo de una madre que no
permite hacer ningún esfuerzo a de su hijo y le soluciona absolutamente todas sus necesidades sin importar nada; de pronto esto empata con nuestra noción de “buena madre” lo cual es socialmente aceptado; por otro lado podríamos preguntar, ¿en qué medida este altruismo extremo hace bien al niño? ¿Cómo aprenderá el niño a crear juicios de valor?

Amor y solidaridad

El amor, entendido como el deseo de unión, es algo que experimentamos todos los seres humanos. La expresión ética de este amor es la solidaridad, que se muestra como cooperación o ayuda voluntaria a las necesidades de las demás personas.
Para experimentar este deseo de ayudar, debemos primero reconocernos como iguales, todos somos mujeres y hombres insertados en el mundo y gran parte de nuestras circunstancias no fueron decididas por nosotros.

Nuestras características físicas no dependen de nosotros, no es mérito ni fracaso nuestro ser más altos o más bajos, rubios o morenos, tener dos piernas que funcionan o contar con alguna discapacidad, es más, ni siquiera escogemos nuestro nombre. Reconocernos como personas que pueden necesitar ayuda, nos empuja a sentir empatía por una persona en desgracia y desear acercarnos a ella para ayudar.

La ayuda que surge de la solidaridad no está estipulada como mandato o ley en ningún lugar. Este sentimiento genera una ayuda espontánea y voluntaria que pro- viene del deseo de sentirnos en una comunidad cercana y segura donde todos los miembros de ésta cuidan y cuidarán de los demás.

Repercusiones sociales y políticas del temblor de 1985 Cuando los ciudadanos tomaron la ciudad en sus manos

Jesús Ramírez Cuevas

La mañana del 19 de septiembre “la tierra se movió, todo crujía; un estruendo, ante nues- tros ojos el edificio Nuevo León se vino abajo, una enorme nube de polvo lo oscureció todo. Después, sólo quedó el silencio”, así recuerda ese momento Cuauhtémoc Abarca, residen- te de Tlatelolco y a la postre, dirigente de los damnificados.

La gente no salía aún de la estupefacción cuando escucharon los primeros gritos de los sobrevivientes. “En ese momento, con los primeros vecinos que se aproximaron comenza- mos a organizar las tareas de rescate. Fue una situación en la que todo se hacía con mucha voluntad de ayudar, sin mayor experiencia… Todo lo hacíamos a mano”, cuenta el médico y dirigente social.

“Eran cientos de vecinos ayudando. Una cosa muy hermosa fue que se formaron cadenas humanas, los que estaban adentro de los escombros llenaban las cubetas para abrir cami- no a donde se oían las voces y las pasaban de mano en mano. Es increíble, pero media hora después del sismo ya había una organización”, prosigue Abarca.

Los voluntarios sacan a muchos de las ruinas. Esa tarde soldados y policías acordonan la zona para evitar el pillaje, pero no intervienen en el auxilio. En contraste, de toda la ciudad llegan a prestar su ayuda. “Una solidaridad bellísima que se mantuvo viva durante toda la emergencia”, relata.

Escenas como ésta se repiten en todas las zonas afectadas por el sismo. Desde los primeros minutos, miles de personas se improvisan como brigadistas y arriesgan su vida por gente desconocida. Provenientes de todas las clases sociales suman voluntades y esfuerzos para salvar a los sobrevivientes atrapados en los escombros, habilitan cientos de albergues; reparten alimentos y ropa a las 150 mil personas que de golpe quedaron en la calle por el terremoto. Otros recolectan ayuda, distribuyen agua, insumos, implementos, organizan el tránsito. Profesionistas, trabajadores y estudiantes revisan inmuebles o ayudan a la demolición, previenen epidemias, vacunan, preservan cadáveres, prestan atención psicológica a las víctimas.

Odio y violencia

El odio es exactamente lo contrario al amor, si éste es el deseo de unión con el otro, el odio es el rechazo del otro. En el amor buscamos ayudar al otro a alcanzar su bienestar, cuando sentimos odio deseamos el daño a la otra per- sona. El amor es un sentimiento activo que nos llama a actuar a favor de alguien, mientras que el odio es pasivo, se relaciona con estar hartos o hastiados de alguien. Es normal experimentar sentimientos de odio en ocasiones, pero es pre- ciso detectarlo y moderarlo para evitar que ese rechazo se convierta en violencia, pues ésta re- sulta perjudicial, tanto para el agresor como para el agredido.

Cuando se desata una actitud violenta, el agredido buscará defenderse, por lo que se genera un círculo vicioso que gradualmente incrementa su intensidad.

La violencia entre ciudadanos se genera normalmente cuando existen recursos y oportunidades limitadas provocando la competencia entre individuos. También se ha defendido que en el mundo moderno, donde los individuos deben realizar una serie de trámites para obtener un documento que los identifique frente a los demás, la identidad se ha reducido a un número, a un sello en un papel. Esta despersonalización del individuo produce violencia por dos razones: primero, porque es más fácil comportarse violentamente siendo un número de registro antes que un rostro, y segundo, porque invita a protestar ante el despojo de la individualidad.

En cualquier caso, el Estado es el responsable de regular y limitar la violencia en una sociedad. Éste debe procurar condiciones de justicia que minimicen los enfren- tamientos entre ciudadanos y asegurar la disponibilidad de canales adecuados para escuchar las sugerencias e inquietudes de todos.

Interioridad y autoconciencia

La interioridad es una característica propia de los seres humanos; tenemos acceso directo a ella a través del lenguaje. Por interioridad nos referimos a la capacidad de autoconciencia y a la de generar sentimientos.

La autoconciencia es la conciencia de ella misma. En nuestra vida diaria estamos inmersos en determinadas situaciones y somos conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor, nos damos cuenta de dónde estamos y de quién está con nosotros. La autoconciencia va un paso más allá y consiste en ser conscientes de nuestra con- ciencia. La actividad autoconsciente realiza una reflexión sobre los juicios que emitimos y sobre las conductas que tomamos. Nos identificamos como seres racionales y nos percatamos del hecho de estar percibiendo al mundo. Por ejemplo, si en algún lugar público alguien nos insulta, seguramente las primeras reacciones serán de nerviosismo, miedo, enojo y descontrol, todas ellas mezcladas; un proceso de autoconciencia nos lleva a evaluar la situación y a tomar la mejor o decisión.

La autoconciencia da profundidad a nuestra vida, pues nos permite comenzar a
o vivir como sujetos reflexivos capaces de elegir valores, de establecer leyes y de
acatar normas. El sujeto autoconciente desarrolla una “voz interna”, un criterio que
le permite ser juez de sí mismo para determinar su actuar.

Tener conciencia de sí mismo permite identificarse como parte de una comunidad. Es decir, la vida interna tiene contacto consciente con el mundo exterior. El diálogo surge entonces como una necesidad para regular la convivencia. Todos identifican sus responsabilidades no sólo frente a sí mismos, sino también considerando a los demás. La autoconciencia, entonces, lleva al individuo a vivir con una libertad responsable.

El otro aspecto de la interioridad a tratar en este apartado son los sentimientos. Antes de continuar es importante distinguir entre emociones y sentimientos. Las emociones son respuestas afectivas intensas a estímulos y se caracterizan por tener un efecto corporal. Por ejemplo, cuando alguien nos agrede podemos sentir ira e inmediatamente el pulso se acelera y los músculos se ponen tensos.

Los sentimientos son emociones acompañadas de reflexión y normalmente se acompañan de valoraciones morales. Por ejemplo, al conversar con alguien que ha tenido una vida difícil y ha logrado grandes cosas, podemos sentir empatía por su historia y admiración o respeto por esa persona. Los sentimientos, al involucrar una valoración por parte de la persona, son parte de un proceso consciente y hablan de los principios y de las creencias que una persona ha desarrollado a lo largo de su vida.

Las emociones y los sentimientos son una parte fundamental y positiva de la vida interior del ser humano, gracias a ellos somos capaces de sentir empatía, amor y solidaridad hacia otras perso- nas. Esta emotividad facilita el camino para ejercer una libertad responsable, consecuencia de nuestro ejercicio ra- cional como seres autoconscientes.

El bien y la vida buena

Las doctrinas éticas se enfocan en determinar dos cosas: qué es lo bueno y correcto, y cómo debemos actuar. En general buscan orientar la acción hacia el bien, argumentando que esa conducta lo llevará a tener una vida feliz. Las variaciones entre estas doctrinas se encuentran en sus concepciones de lo que es el bien y en las razones que consideran que
deben motivar a actuar de buena manera. A continuación revisaremos nuevamente dichas posturas, con el fin
de que puedas contrastarlas y abrirte un panorama más extenso sobre este tópico.

Eudemonismo

El Eudemonismo es una doctrina ética de la antigüedad que considera que la felicidad es el bien que todos buscamos por naturaleza y, por lo tanto, están justificadas las acciones realizadas para alcanzar la felicidad. El término proviene de
la palabra griega eudaimonía que normalmente se traduce como felicidad. Observa el siguiente mapa mental1

Mapa mental del eudemonismo.

Las diversas interpretaciones del eudemonismo se desprenden de las diferencias que existen al momento de definir qué es la felicidad para nosotros los humanos.

De modo que según nuestras creencias, se podría considerar como la felicidad a la fortuna, otros al placer, a la sabiduría, etc.
El mayor representante del eudemonismo es el filósofo griego Aristóteles, quien vivió en el siglo IV antes de Cristo. Para Aristóteles, el fin último de los humanos es el bien, y el bien lo llevará a ser feliz. La doctrina de este filósofo afirma que somos por naturaleza seres racionales y que el bien consiste en el perfeccionamiento de esta naturaleza. Esta conducta racional y virtuosa es la defendida por el eudemonismo aristotélico. “Para Aristóteles es lo mismo ser perfecto, ser feliz, alcanzar su propio fin y actuar con valor moral”(Gutiérrez, 2003).

Tiempo después, Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia Católica en el s.XIII después de Cristo, retomó las enseñanzas de Aristóteles para desarrollar su teoría. Para él la felicidad sigue siendo la meta e introduce a la divinidad en sus reflexiones. Este autor sostiene que hay dos tipos de fines, ambos orientados hacia el bien. El primero es un fin objetivo y absoluto, Dios, y el segundo es un fin subjetivo que corresponde a la felicidad propia de cada individuo. El fin objetivo tiene mayor importancia que el subjetivo y al conseguir el primero se llega, sin buscarlo, al segundo. De tal forma que, el actuar humano debería guiarse siempre por el amor a Dios y como consecuencia de esta conducta se llegaría a la felicidad.

Hedonismo

Los principales exponentes del hedonismo son Epicuro (s. IV a. de C.) en Grecia y Lucrecio en Roma. En esta doctrina el placer es el valor supremo y todo puede subordinarse a éste como un medio para alcanzarlo. Su máxima es: “Procurar el máximo placer con el mínimo de dolor” (Gutiérrez, 2003). Su nombre viene de la palabra griega “hedoné” que se traduce como placer. Para los hedonistas la felicidad se encuentra en el placer, por lo tanto debemos actuar procurando siempre este valor.

Epicuro (341-270 a.C.), filósofo griego, concibe a la filosofía como el arte de la vida feliz, con ella se combaten las ideas supersticiosas que generan miedo y sufrimiento y se alcanza un estado de bienestar corporal y espiritual.

Mapa mental del hedonismo

Esta corriente ha recibido varias críticas pues parece que fomenta el libertinaje, sin embargo, esto no es necesariamente verdadero. Epicuro sostuvo que los excesos debían ser evitados pues generan un sufrimiento posterior. Este autor también distinguió entre placeres de la carne y del espíritu, dando mayor importancia a los del espíritu. Así vemos como el placer para el hedonista no se limita a los placeres físicos, sino que se extiende hacia placeres intelectuales como la música y la poesía; incluso también consideraron la ausencia de dolor como una fuente de placer.

El placer tampoco es necesariamente inmediato, un hedonista puede elegir privarse de un placer en el instante para alcanzar uno posterior.

Otra crítica hecha al hedonismo consiste en que defiende un comportamiento egoísta, aunque no se trata de un problema exclusivo de esta teoría. El punto es, actuamos motivados por la búsqueda de la felicidad, en este caso de placer, por lo tanto las interacciones con otras personas están dirigidas por ese interés egoísta, ya que, aun cuando nuestra conducta sea caritativa y solidaria, la intención no es hacer el bien a los semejantes sino asegurar nuestro propio bienestar.

A pesar de los esfuerzos por defender al hedonismo, la crítica más fuerte radica en que “al hacer del placer de una persona su guía acerca de lo que es correcto e incorrecto, prescribe el tipo de egoísmo que ignora la felicidad y bienestar de otra persona” (Comman, 1990). Si bien, es cierto que un hedonista no necesariamente va a entregarse a una vida de quebrantos a la ley y de abuso hacia los demás, estaría justificado en hacerlo y ese es el problema ético de esta doctrina.

Naturalismo

El naturalismo es una doctrina cognitivista, esto quiere decir que habla sobre el conocimiento y sobre lo que nos es posible conocer. Ella afirma que los juicios morales son verdaderos o falsos y que estos juicios reflejan el estado de las cosas del mundo. Es precisamente el estudio de las cosas del mundo lo que nos permite saber si un juicio es verdadero o falso. La moralidad no es un mito o una ficción, sino que constituye un cuerpo de conocimiento o al menos de información que se puede conocer.

El naturalismo afirma que:

1.- Los juicios morales son proposiciones (son verdaderos o falsos).
2.- Algunos juicios morales son verdaderos (la moralidad no es una ficción).
3.- No hay derechos o propiedades morales irreductibles.

Aunque para los naturalistas existen verdades morales, no existen hechos peculiarmente morales. Es decir, las nociones morales de bien y mal no existen independientes y aisladas en el mundo.

Existen diferentes opiniones entre los naturalistas sobre lo que es el bien, el mal, etc. Por ejemplo, hay naturalistas hedonistas que reducen la bondad al placer (lo bueno de la amistad consiste en que produce placer), y hay naturalistas aristotélicos que prefieren reducirla a los hechos sobre la naturaleza humana (la bondad de la amistad está en que concuerda con las necesidades humanas) (Pigden, 1995).

Formalismo

Immanuel Kant fue un filósofo alemán que vivió durante el siglo XVIII, se caracterizó por llevar una vida metódica dedicada a la enseñanza y a la investigación académica. Al igual que sus predecesores inició sus reflexiones éticas buscando un principio para alcanzar el bien, pero llegó a concluir que el principio ético para el actuar no debe tomar en cuenta las consecuencias de los actos, sino la intención con la que se realiza la acción. Dado que su teoría se ocupa de la forma del acto (su intención o estructura interna) y no de la materia o de su consecuencia, su doctrina se conoce como Formalismo.

Kant parte de que el mayor bien es la buena voluntad pues esta no tiene restricciones, es decir, es buena sin importar los factores externos. Toda acción moral debe tener a la buena voluntad como principio, es decir, el ser humano ha de decidir conscientemente que quiere cumplir con su deber. Así, el fundamento de la moralidad es la decisión de cumplir con el deber por el deber mismo. Entonces cuando una persona actúa con buena voluntad para cumplir la ley se comporta de manera moral, cuando simplemente cumple con la ley no se puede decir que su comportamiento sea moral.

El criterio para la acción que define Kant se conoce como el imperativo categórico, éste manda algo sin subordinar su obligatoriedad a ninguna otra cosa. “La idea es que el principio moral tiene que ser un principio para todos” (O´Neill, 1995). Por ejemplo, “Si quieres ganar dinero, trabaja”, es un imperativo que subordina el mandato de trabajar al interés de tener dinero. Un imperativo categórico no está subordinado a ningún interés, simplemente es universalmente obligatorio su cumplimiento porque así lo dicta la razón.

Kant ofrece dos formulaciones del imperativo categórico, la primera y la más conocida es Actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal. Esto quiere decir que debemos comportarnos de forma que nuestra conducta pudiera establecerse como ley para todos, deberíamos de actuar de forma que nuestro comportamiento pudiera ser una guía para alguien que se encontrara en nuestra misma situación. La segunda formulación del imperativo categórico que ofrece Kant es Actúa de tal manera que trates al otro como fin y no como medio. En este caso el autor considera que es posible y necesario universalizar esta ley para garantizar el respeto entre individuos.

Las tres principales críticas realizadas al formalismo kantiano son las siguientes: Primero, que ninguna formulación puede aplicarse a todas las situaciones; siempre se pueden presentar casos donde sea necesario tomar decisiones específicas y el imperativo no dice cómo hacerlo.

Segundo, parece que los valores que se desprenden del imperativo categórico son absolutos, pero en realidad hay situaciones en que un valor debe ser subordinado a un bien mayor para evitar realizar acciones reprobables. Por ejemplo, puede ser necesario mentir a la policía para preservar la vida de refugiados políticos.

La tercera consiste en que al deslindar la moralidad de las consecuencias de los actos, no ofrece al sujeto un criterio para decidir moralmente cuando se encuentra en un dilema, tal como en el caso de los refugiados. Esta separación del acto de sus consecuencias resulta en poca practicidad de la doctrina y es la crítica más fuerte a la ética del formalismo kantiano.

Utilitarismo

El principio utilitarista afirma que un acto es moral cuando incrementa el bienestar total de las personas. La aplicación del criterio utilitarista a las leyes jurídicas ha llevado a algunos a pensar que el utilitarismo también debe aplicarse a las leyes morales. Jeremy Bentham y John Stuart Mill, filósofos ingleses del s. XVIII y XIX y principales exponentes de esta doctrina, defendieron el “utilitarismo de actos”, es decir que cada quien debe juzgar si la acción que va a realizar procura el bienestar o no lo hace. Nowell-Smith genera una propuesta más moderada limitando la aplicación del principio utilitarista a las leyes de conducta y no a las acciones específicas. De modo que el individuo debe preguntarse si una norma procura el bienestar general y en caso de hacerlo, entonces está obligado a adoptarla. Esta forma de utilitarismo se conoce como “utilitarismo regulador”.

Los utilitaristas franceses del s. XVIII sostu- vieron que éste refleja un deseo de libertad y que la búsqueda de la felicidad individual suele ir acompañada de un cierto altruismo, pues la felicidad se encuentra cuando la comunidad es feliz. Por lo tanto, el principio utilitarista no es egoísta, sino que toma en cuenta la felicidad del grupo y hace al individuo responsable de sus ac- tos y de las consecuencias de los mismos.
El utilitarismo sostiene que una acción o ley debe juzgarse por sus consecuencias en la felicidad del mayor número de personas. Es decir, mi principio de felicidad decrece en el momento en que disminuye la felicidad de otro individuo o la del número más grande de individuos en una sociedad o comunidad (“Filosofía utilitarista” en Utilitarian Philosophy, Consulta 2014. Disponible en línea en: http://utilitarianphilosophy.com/definition.es.html).

Esto hace posible que existan ocasiones donde la aplicación del principio utilitarista para definir las leyes que lleven a la felicidad global resulte en leyes no justas. Por ejemplo, una sociedad podría determinar como correcta la existencia de esclavos argumentando que aumenta el bienestar general considerando la situación de los esclavos como no relevante pues se trata de una minoría.

Además, ya establecimos dentro de las críticas al formalismo kantiano que puede haber situaciones en las que un valor moral se oponga a otro y el individuo tenga que decidir cuál elegir. Es posible que aplicando el criterio utilitarista en una situación donde la justicia se oponga a otro valor, el sujeto elija al segundo y entonces actúe de manera injusta.

Fuente: Secretaría de Educación Pública. (2015). Ética y valores II. Ciudad de México.